Más que hablar de artistas urbanos, idea que remite al mito del héroe romántico, es interesante hablar de prácticas artísticas urbanas. Un tipo de prácticas capaz de asumir la idiosincrasia del lugar y las problemáticas que lo rodean, compartiendo anhelos y preocupaciones con el urbanita.
En 1977 Jean Michel Basquiat, junto a Al Díaz, inventaron la figura de SAMO, tag con el que llenaron Manhattan de pintadas. Cuando se produjo esta acción, el graffiti ya había superado su etapa como movimiento anárquico-popular y comenzaba a aparecer con fuerza en el mundo de las galerías y en el mercado del arte. Lo que sigue es la historia de una efímera fama; la historia de un joven humilde que alcanza el éxito gracias a la galerista Mary Boone; un éxito que traerá consigo sobreexplotación y abusos, y que acabará matando a la gallina de los huevos de oro. Así, el 12 de agosto de 1988, Basquiat muere de sobredosis.
El mito Basquiat, héroe marginal que se eleva a los altares del arte y es engullido por el sistema, Ícaro que quema sus alas, es arquetípico de la mitología desarrollada en torno al arte considerado como urbano. El objetivo de este artículo es, por el contrario, plantear una desmitificación del arte urbano tratando de establecer una crítica honesta en la que prevalezca el valor de los artistas y de sus obras por los discursos que transmiten, frente a una crítica generalista para la que prevalecen el medio y el lugar, entendiendo que lo realmente importante de una obra es la argumentación que presenta y no el sitio en el que se emplaza.
No comments:
Post a Comment